domingo, 5 de febrero de 2012

Kamakura y Enoshima

Bueno, hoy toca hablar un poco de una escapada que hice hace poco, más concretamente hace dos semanas hacia Kamakura y Enoshima.

Llevaba ya muchísimo tiempo queriendo venir aquí pero entre el trabajo, la pereza, los estudios y esas cosas pues nunca me decidía. Un factor importante es que está un poco lejos de donde vivo, a unos 70-80 minutos en tren, hecho que hace que el precio del billete sea un poco caro y claro, no estamos para hacer viajecitos cada semana.

El caso, me levanté bien temprano y puse rumbo hacia Kamakura. La verdad es que elegí un día realmente frío (aquí llevamos pasando frío desde hace más tiempo que en España, ¡Llorones!). Hacía tanto frío que lo primero que hice al llegar a Kamakura fue correr hasta dentro de un restaurante y beberme un café ardiendo.

Supongo que muchos habréis oído hablar del famoso Buda gigante de Kamakura, pues es quizás el icono del pueblo o si más no, su atracción turística más importante. No me costó mucho decidirme en ese día tan frío así que después de comer puso rumbo hacía la estatua.

El gran Buda de Kamakura
La verdad es que no hay mucho más. Entras, pagas unos 200 yenes y ahí está, sentado en su roca la gran estatua de Buda. No negaré que me lo imaginaba un poco más grande pero igualmente merece la pena. 

Una cosa rara que me pasó ahí es que fui asaltado por una chica que me hizo una encuesta preguntándome si creía en aliens y cosas por el estilo, por supuesto que le dije que si. En fin, después de mi breve encuentro en la tercera fase, fui a un templo que estaba por la montaña, o eso creía porque elegí el camino largo que atravesaba un monte que había por ahí cerca.

El caso es que no recuerdo el nombre del templo, pero era muy bonito. ¿Que tenía de especial? bueno, había una fuente dentro en la que se dice que si lavas tu dinero, la fortuna vendrá a ti, estaba claro que yo lo iba a hacer también.

Fortuna, fortuna...

Después de la visita al templo y de andar bastante llego el momento que llevaba esperando desde hacía mucho tiempo: mi reencuentro con el mar, es decir, mi visita a Enoshima. Para ello volví hasta Kamakura andando y ahí me subí a la Enoden hasta Enoshima.

El trayecto es muy bonito pues vas viendo la sucesión de pequeños pueblos hasta que de golpe aparece el mar ante ti, un trayecto muy recomendable.

Al fondo, la isla de Enoshima
Una vez en Enoshima el tiempo mejoró. Empezó a salir un sol bien grande y redondo que hizo que a ratos pasara calor, sensación maravillosa cuando se está al lado del mar. El camino de la estación hasta la isla es muy bonito, tiendas de pescado, restaurantes recuerdos etc. hasta que llegas al paseo que une la isla con tierra, un lugar curioso porque te encuentras carteles como el siguiente:

Cuidado...
Por toda la isla hay grandes aves rapaces que a la que te despistas, te roban la comida si tienen hambre. Al principio me pensaba que era broma o si más, que exageraban un poquito pero no, yo no lo viví en mis carnes pero si que lo presencié. 

Una vez en la isla, muerto de hambre, me metí en un restaurante a comer ramen de Enoshima, que es ramen normal pero con pescado...y que pescado, que maravilla, mis 10€ mejor invertidos (ese día)

Ramen de Enoshima
Después de comer y con las pilas recargadas me fui al santuario que hay en la isla donde saqué un omikuji en el que me presagiaba la mejor fortuna posible, espero que se cumpla. Después de la visita de rigor al templo pues poco más, recorrer la isla para llegar a la cara que da hacía el mar, un lugar precioso desde donde se puede presenciar el sol en todo su esplendor.

Además, siempre se puede encontrar algún lugar en el que sentarse, encima de la roca y contemplar un poco el mar que con todo el ajetreo de la vida en Tokyo es una calma que se agradece.

Empieza el atardecer
Después de pasar un rato agradable entre rocas y al lado de los acantilados tocaba la última visita del día, no es otra cosa que la playa. Acostumbrado a vivir cerca del mar o a verlo casi cada semana, el vivir en una gran ciudad alejado de la orilla hace que eche mucho de menos el sonido de las olas o el simple placer de pasar junto a la orilla. Por ese motivo, no me iba a marchar de ahí sin sentirlo una vez más.

La playa de Enoshima
Y esque quien me iba a decir a mi que iba a echar tanto de menos el mar, pero cuando estás rodeado cada día de edificios, luces, música, sonidos extraños y derivados, necesitas un poco de esa calma. Dejarte llevar un poquito por el sonido de las olas y relajarte.

Un atardecer